Hace mucho, mucho tiempo, en un lugar llamado Asís en Italia, nació un niño llamado Francisco. Su papá era un comerciante rico y Francisco tenía todo lo que un niño podría desear. Le encantaban las fiestas, la música y la diversión.

Pero un día, Francisco comenzó a pensar que había algo más en la vida que solo fiestas y riquezas. Quería ayudar a los demás y sentirse en paz. Un día, mientras estaba rezando en una pequeña iglesia, sintió que Dios le hablaba y le pedía que arreglara esa Iglesia.

Francisco decidió que dedicaría su vida a ayudar a los demás y a cuidar de la naturaleza. Renunció a todas sus riquezas y empezó a vivir de manera sencilla, como un pobre. Se vestía con una túnica sencilla y se iba a caminar por los campos hablando con los pájaros y los animales, que parecían entenderlo.

Pronto, otros jóvenes vieron lo feliz que era Francisco y quisieron seguir su ejemplo. Así fue como nació la Orden Franciscana. Francisco y sus amigos viajaban de pueblo en pueblo, ayudando a los enfermos, cuidando a los pobres y enseñando a todos sobre el amor y la bondad.

Francisco también amaba mucho la naturaleza. Decía que el sol, la luna, las estrellas, las flores y los animales eran sus hermanos y hermanas. Él creía que todos debíamos cuidar nuestro planeta y a todas las criaturas que viven en él.

San Francisco de Asís murió el 3 de octubre de 1226, pero su espíritu de amor y cuidado por los demás y por la naturaleza sigue vivo hoy en día. Por eso, cada 4 de octubre, celebramos su vida y su legado, recordando ser amables con las personas y con nuestro hermoso mundo.